jueves, 23 de enero de 2014

Que sin vosotros duele más.


Era de noche, las nubes no dejaban ver la luna.
Ella daba vueltas por la casa mientras el gato maullaba nervioso, como si algo malo fuera a ocurrir.
Se tumbaba en la cama, se tapaba hasta la cara y miraba a ver si algo había cambiado...
Pero no, el reloj seguía allí, y ella seguía sin poder dormir.

Al día siguiente despertaba, desayunaba, iba a clase y todo era igual día tras día, semana tras semana. Como diría el narrador de Palahniuck, todo era muy lejano: la copia de una copia de una copia. El in­somnio te distancia de todo; no puedes tocar nada y nada puede tocarte.
Siempre estaba sola aunque estuviese rodeada de ¿Gente?
Sí, ellos deberían ser la gente normal y era ella la rara, el problema no podía ser de la mayoría, siempre es de la persona que no encaja.
Al final hasta se había acostumbrado, hablaba lo justo, sonreía lo justo, era amable pero callada, y las sábanas siempre eran el mejor refugio.

Volvía a acostarse, volvía a ser de noche y volvía a estar la luna acompañándola.
Todo seguía sin tornarse de ningún matiz definitivo, era tibio.
El gato no maullaba esa noche, pero la inercia hacía que lo llegara a oír bajito en su cabeza.
Como si presintiera que algo iba a ocurrir, si fuera el caso tampoco iba a hacer nada por impedirlo.
Sin embargo los días corrían uno tras otro y nada era demasiado diferente.
La soledad seguía teniendo un color entre grisáceo y marrón.
Dormía lo justo, el insomnio no era demasiado cruel con ella.
Nada era distinto, el reloj seguía allí.

Pensó en irse a otro sitio, marcharse para siempre y no volver.
Así podría comprobar si el problema era ella o eran los demás.
Já, era demasiado cobarde para hacer algo tan osado.
Siempre sería la chica tímida que nunca hacía nada fuera de lugar.
¿Como iba a convertirse en alguien valiente de la noche a la mañana? Eso era imposible.
Pensó que lo mejor sería aguantar y comprobar que, marcando fielmente la hora, el reloj siguiera allí.

Pero siempre llega un día, al menos en las historias que se escriben.
Siempre llega un día en el que nada vuelve a ser igual, y a ella le llegó, aunque odiara los cambios.
Los maullidos del gato presagiaban algo malo según ella, pero quizás fuera demasiado pesimista.
Era joven, y la vida le iba a enseñar los dientes algún día de manera amable, no siempre sería un gruñido lo que la despertara por las mañanas.

Llegaron más actores para entrar en su escena: Luces, cámaras y acción.
Como un grupo de mimos que rondan a tu alrededor para conseguir que sonrías.
Como ese mago de la fiesta que pide como ayudante al niño más tímido para que salga a la aventura.
Como unos amigos que tienen que hacerte saber que nadie nace siendo cobarde o valiente.
Que todos podemos ser ambas cosas.
Que todo puede cambiar en un minuto extraño.
Y a tomar por culo el reloj, ya le daba igual, había cosas más importantes que hacer.


Y es que sin ellos, duele más.

M.