sábado, 19 de noviembre de 2011

Recuerdos perfectos de eso que nunca pasó.

Aún recuerdo esos momentos juntos que nunca sucedieron. Me acuerdo de todas esas cosas que nunca hicimos juntos...

Porque nunca sucedió todo eso que debía suceder, nunca tuvimos el encuentro perfecto, nunca fue de película…
No hubo limusinas, ni ramos de flores, no hubo declaración en la playa al atardecer, ni anillo de diamantes… no hubo vestido blanco ni traje de etiqueta. No tuvimos luna de miel, no hubo lista de invitados, ni banquete, ni marcha nupcial, ni entrada por todo lo alto en el altar.
No hubo cena romántica con pétalos de rosa y copas de champagne en la mesa. No hubo música dulce y delicada, ni minifalda rosa, ni gomina en el pelo. No hubo frase de película romántica, ni declaración en plena calle en el último momento antes de perderme para siempre. No hubo tampoco engaños ni mentiras, ni lágrimas de decepción. No hubo terceras personas que pudieran interferir entre nosotros, hubo malos momentos, pero siempre los afrontamos como pudimos. Nunca fue normal, ni quisimos que lo fuera.

En cambio, recuerdo esa noche que fuimos al concierto que ambos queríamos ir juntos, que vivimos esa noche de rockandroll, que nos contamos todos nuestros problemas entre copas de Brugal, esa noche que caminamos abrazados andando por las calles de Madrid, a punto de llover, lo justo para que nos encantara sentir las gotas caer sobre nosotros, agarrados para no caernos, después de haber cerrado el Siroco. Cuando nos pateamos toda la ciudad hablando y hablando, sintiendo esa magia que hay entre los dos, esa magia que nunca nadie más pudo sentir.

Cuando al final de la noche, cuando empezó a amanecer, no nos fuimos a casa como la buena gente, nos tumbamos en el césped, no con vistas al mar, pero sí a la carretera, para saludar juntos al día que daba comienzo, el día que no vio a dos novios infelizmente hundidos en la rutina, sino a dos personas felices, juntas brillando con fuerza, sin que nadie lo entendiera, porque era una locura, bailar a las 10 de la mañana sin haber dormido, descalzos en la plaza mayor. Recuerdo cuando no me dijiste que me acercara, pero lo hice, cuando no te pedí que no te fueras de mi lado, pero me entendiste aún sin decírtelo. Recuerdo el momento en el que todo fue perfectamente imperfecto.

Recuerdo, también, que siempre me dije que nunca iba a recordar cosas que no sucedieron jamás. Y recuerdo que no me hice caso.

martes, 8 de noviembre de 2011

al menos estoy en mi insano juicio.

Tiene tantas cosas adentro que si acumula un gramo más de carga probablemente le entren ganas de pegarse un tiro y acabar con todo.
Empezó a tragarse detalles que no le gustaban, por no discutir, poco a poco se sentía mal, y no lo decía, por no preocupar al resto... una y otra y otra caja para su mochila, que al final le terminaba produciendo dolor de espalda de tanto peso.

Ella nunca quería incordiar, siempre rehuía las peleas y quería estar bien con todos... pequeña ilusa, creía que puede llevarse bien con todo el mundo... ojalá fuera tan fácil.
Porque existen personas que, por más esfuerzo que hagamos y ganas que le pongamos, es así, porque no hay conexión posible. Pero igualmente, ella nunca quería discusiones, siempre se callaba el 90 % de lo que pensaba, por miedo a decir algo fuera de lugar.

Claro que llegó ese día. Llegó el día en el que el agua le llegó hasta el cuello, y ahí se dio cuenta de que no era posible vivir así.. empezó a entender a toda esa gente que tenía peleas, que discutía con gente y que no se callaba nada... vale, quizás era otro extremo, y los extremos nunca son buenos. Quizás fue él, el que le enseñó un mundo nuevo lleno de posibilidades que nunca se había atrevido a ver, sí, quizá fue cuando apareció él...
Cayó en la cuenta de que no podía seguir así, no era un plan sostenible, porque o sacaba algo de lo que tenía dentro,o sin duda alguna, iba a explotar. Tenía que empezar a resolver viejos problemas, viejos nudos que se le habían quedado atrancados muy dentro y que como nunca había desatado, los había guardado todos en un viejo cajón de su corazón. Lleno de polvo y medio rotos, fue abriendo poco a poco esos cajones, y cogiendo uno a uno esos nudos atados con fuerza, volviendo atrás, solucionando lo que tanto le había dolido y que había bloqueado para no sufrir. Así, poco a poco, y con alcohol en mano para las heridas que volvía a abrir, fue sanando todos los arañazos, las caídas, los golpes, las lágrimas que había derramado en un rincón de su habitación para que nadie se preocupara por ella... y cada vez pudo respirar un poco más hondo, y cada vez, se sintió un poco más viva, con más ganas de seguir y de limpiar los muebles de los que ya había quitado esos problemas viejos, que, con el tiempo, hasta habían perdido su importancia, esos que parecían monstruos que había crecido cada día mas, se habían convertido en pequeñas cajas fáciles de transportar.

Porque bloquear los problemas, cerrar la puerta asustados, nunca es la solución. Y aunque te vayas a la otra punta del mundo, a otro planeta, siempre te van a encontrar, porque no son más que tú mismo... y si hay alguien al que no se puede engañar, es a uno mismo.

Ahora, dice lo que piensas cuando lo cree oportuno, con tacto pero de frente. No se calla ante las injusticias, no se queda paralizada ante los problemas. Corre, lucha, opina, cambia, mueve cosas de lugar y ayuda a los que no pueden hacerlo. Así, cada día que pasa, le regala muchas sonrisas, y ya sabemos todos la importancia de sonreír.