martes, 23 de septiembre de 2014

Mariposas caníbales.

Vengo con cien orgasmos encerrados en el pecho
que no serán si no es contigo.
Vengo con relámpagos y truenos
pero sin gota de la lluvia que esperaba.

Vengo con rimmel en el bolso y el pintalabios guardado
por el miedo de saber cual se irá antes.
Vengo indefensa y llevo llorando desde el martes,
hoy me he lavado la cara y me he decidido a escribir.

Vengo con una ilusión gastada que reluce como nueva,
que es una jaula llena de dudas, con las puertas abiertas.
Vengo con la sonrisa triste del que espera 
con la cena agridulce de ayer en el sofá
cuando me imaginaba contigo
pero no esperabas en el portal.

Vengo con el pelo mojado y las manos llenas de sangre.
Fuera diluvia, para variar
y anoche no paré de rascar viejas heridas
mientras repetía y repetía
que tu olor era especial,
y que no iba a ser igual.

Vengo con cien promesas y mil canciones
y muchos libros de poemas en la mochila.
Con un cuaderno repleto de borradores,
y sin los papeles que perdí algún mediodía.
Hace ya muchos años.

Vengo, con todo lo mío y sin lo puesto
en crudo, y esperando una respuesta, creo.
Vengo, no sé de dónde pero vengo
y mucho menos estoy segura de a dónde voy.


¿Vienes?





Me faltan detalles que he de concretar .

jueves, 7 de agosto de 2014

Comptine d'un autre été.


Para escribir sobre una ciudad es necesario estar lejos de ella.
La distancia nos deja ver bien con el corazón, la pasión es más roja y la tristeza más azul.
Y qué quiere un escritor sino contar emociones en colores, como imitando (torpemente) a Picasso o a Manet. Dando un matiz a cada palabra para dar una palabra a cada esquina de aquella ciudad.
De aquella ciudad que nunca se apagó para mí, que siempre me dejó encontrar lo que necesitaba en cada instante y en cada rincón oscuro pero lleno de luz.

Por fin descubrí que cuando sentía querer vivir en los años 20 sólo buscaba huir. Pero quién quiere huir de París, de su revolución y de su poesía maldita.
Cambié una década por una ciudad y todo huele mucho mejor.

Me perdoné por haber(te) querido tan bien, te perdoné a ti por no haber sabido hacerlo.
Me di una primera oportunidad y decidí aprovecharla como si fuera la última jodida hora de mi vida.

Si estaba feliz siempre podía ir a los jardines de Luxemburgo, si estaba triste bastaba con caminar junto al Sena, o por el cementerio de Montparnasse, o caminar sin más. Si quería leer podía sentarme en el canal Saint Martin, si quería observar a la gente lo mejor era Saint-Germain.

No arrancaba las flores porque eran más bonitas vivas.
No me arrancaban sonrisas porque las matarían, las acariciaban como se acarician las flores.

Y la lluvia. Cómo no hablar de ella si me acompañaba, si me hacía tener los pies empapados y los ojos más secos de tristeza que nunca. Me ayudaba a pensar, y a mirar a la gente a la cara para ver cómo en el fondo, todos somos los mismos cuando estamos mojados. Indefensos cuando unas gotas caen del cielo.
Yo, en cambio, las usaba de coraza y me hacía más valiente, y sonreía a todo el mundo, y los señores mayores cantaban "Singin' in the rain" para mí.

Nadie entiende aquí la belleza de lo gris.
Allí están hechos de ella, y son tan bellos.
Los lugares, los libros, la música, las personas.

París nunca se acaba, es una fiesta viviente, decía Ernest.
Es tan infinita como lo son los sueños y palabras que se le pueden dedicar.

Y cada vez que vuelva habrá cambiado.
Y yo también.
Y el reencuentro será de película
(O aún mejor, de libro).



sábado, 1 de marzo de 2014

Mejor sigo durmiendo.

Hoy he vuelto a soñar con París, ¿sabes? No, no, ahora ha sido durmiendo, sin querer.

Y paseaba por sus calles y no podía dejar de mirar a todos lados porque a cada paso que daba sentía que ya me había perdido algo.

Y creo que un poco así me siento con respecto a la vida desde hace un tiempo. Quiero quererte, o que me quieras, quiero probarte y que me pruebes, quiero tener el miedo y superarlo, quiero vivir cosas, quiero vivirte. Pero sé que lo haría de forma estúpida y me llenaría de heridas (aunque ya lo hago sin ti, tranquilo), y que además, me perdería otra vida que quizás sería mejor, yo qué sé, pero me genera una ansiedad emocional que ni te imaginas.

Así que al final, lo único que consigo es querer quererte pero sin ser capaz de mirarte a los ojos, ya no. No te pruebo y eso que las ganas no se han ido. Tengo el miedo pero más bien me supera él a mí. Tengo la vida, pero ya no sé qué se supone que estoy viviendo ni hacia donde tengo que seguir el paseo. Mejor me voy a seguir durmiendo a ver si lo averiguo.




miércoles, 19 de febrero de 2014

Sin estrenar.


"Las cartas de amor son ridículas...

Así que esta va a ser mi carta de despedida. Sin amor. Para nada.

Además va a ser una carta de despedida para algo que nunca pasó, que nunca existió y, quiero pensar ahora, que nunca nadie imaginó. Y lo quiero pensar porque necesito curarme de una vez, y las lágrimas no parecen hacer el efecto curativo que me habían prometido. Y el tiempo tampoco.

Nadie tiene ni idea de las relaciones humanas. No he conocido a una sola persona que supiera cómo funcionan. Como tampoco encontré a ninguna persona que me aconsejara bien sobre esto. Sobre ti.
Todo el mundo cayó en mi falsa trampa (Fue sin querer, os lo prometo) de ilusión y sonrisas estúpidas de quinceañera. Pero nadie vio la realidad, o nadie quiso verla. O quizás nadie quiso decírmela. En realidad... gracias por no decírmelo, al fin y al cabo, tuve un tiempo en el que creí ser feliz. Y eso es más o menos lo mismo que serlo de verdad.

Siempre se me dio mejor escribir que hablar. Mi capacidad para expresar emociones oralmente es inversamente proporcional a mi asquerosa habilidad de escribir sobre un papel o teclearlas en un ordenador mientras unas lágrimas agrias me nublan la vista. Lo bueno de escribir en vez de hablar es que puedes llorar al mismo tiempo y no se te atragantan las palabras. Lo malo es que nunca lo lee quien quieres que lo haga. De todos modos, lo mío no es una elección, es más bien una necesidad.

Las cosas (y las personas) bonitas nos engañan. Porque no pensamos bien (Vale, en realidad yo nunca he pensado bien). Vemos las puertas y ventanas abiertas aireando la habitación que ya te empezaba oler a cerrado, ves el sol. Joder, que bonito es el sol. Y qué bonita la lluvia en un día soleado. Y el arcoiris.

Pero todo tiene una hora de despedida, incluso las cosas que no llegan a empezar. Lo que no es, lo que nunca fue ni será, también necesita a veces una carta de clausura, una que avise que vale, que jamás va a pasar nada de todo lo que podría haber pasado, pero que no es para tanto. Que la vida sigue. Que aún quieres que siga riendo como hasta ahora, porque sigue siendo algo digno de contemplar. Aunque por las noches maldigas por no poder dormir por su culpa, por las mañanas (Las mañanas buenas, en las que te pones el sombrero más bonito y la sonrisa más brillante) aún queda algo de lo bueno. Supongo que nunca supe ser mala ni odiar a la gente. Sólo soy capaz de odiar por las noches, por la mañana se me pasa.

No sé, adiós.
Gracias por haberme hecho creer que era feliz.
Gracias.

Y en fin, no sé cómo tiene que ser una carta de despedida, así que os ruego me perdonéis la falta de una estructura lógica. Juro que me enseñaron a escribir cartas... creo.



...Pero al final los que son ridículos son los que nunca han escrito cartas de amor." 

Te juro que no estoy tan mal, aunque quizás...

jueves, 23 de enero de 2014

Que sin vosotros duele más.


Era de noche, las nubes no dejaban ver la luna.
Ella daba vueltas por la casa mientras el gato maullaba nervioso, como si algo malo fuera a ocurrir.
Se tumbaba en la cama, se tapaba hasta la cara y miraba a ver si algo había cambiado...
Pero no, el reloj seguía allí, y ella seguía sin poder dormir.

Al día siguiente despertaba, desayunaba, iba a clase y todo era igual día tras día, semana tras semana. Como diría el narrador de Palahniuck, todo era muy lejano: la copia de una copia de una copia. El in­somnio te distancia de todo; no puedes tocar nada y nada puede tocarte.
Siempre estaba sola aunque estuviese rodeada de ¿Gente?
Sí, ellos deberían ser la gente normal y era ella la rara, el problema no podía ser de la mayoría, siempre es de la persona que no encaja.
Al final hasta se había acostumbrado, hablaba lo justo, sonreía lo justo, era amable pero callada, y las sábanas siempre eran el mejor refugio.

Volvía a acostarse, volvía a ser de noche y volvía a estar la luna acompañándola.
Todo seguía sin tornarse de ningún matiz definitivo, era tibio.
El gato no maullaba esa noche, pero la inercia hacía que lo llegara a oír bajito en su cabeza.
Como si presintiera que algo iba a ocurrir, si fuera el caso tampoco iba a hacer nada por impedirlo.
Sin embargo los días corrían uno tras otro y nada era demasiado diferente.
La soledad seguía teniendo un color entre grisáceo y marrón.
Dormía lo justo, el insomnio no era demasiado cruel con ella.
Nada era distinto, el reloj seguía allí.

Pensó en irse a otro sitio, marcharse para siempre y no volver.
Así podría comprobar si el problema era ella o eran los demás.
Já, era demasiado cobarde para hacer algo tan osado.
Siempre sería la chica tímida que nunca hacía nada fuera de lugar.
¿Como iba a convertirse en alguien valiente de la noche a la mañana? Eso era imposible.
Pensó que lo mejor sería aguantar y comprobar que, marcando fielmente la hora, el reloj siguiera allí.

Pero siempre llega un día, al menos en las historias que se escriben.
Siempre llega un día en el que nada vuelve a ser igual, y a ella le llegó, aunque odiara los cambios.
Los maullidos del gato presagiaban algo malo según ella, pero quizás fuera demasiado pesimista.
Era joven, y la vida le iba a enseñar los dientes algún día de manera amable, no siempre sería un gruñido lo que la despertara por las mañanas.

Llegaron más actores para entrar en su escena: Luces, cámaras y acción.
Como un grupo de mimos que rondan a tu alrededor para conseguir que sonrías.
Como ese mago de la fiesta que pide como ayudante al niño más tímido para que salga a la aventura.
Como unos amigos que tienen que hacerte saber que nadie nace siendo cobarde o valiente.
Que todos podemos ser ambas cosas.
Que todo puede cambiar en un minuto extraño.
Y a tomar por culo el reloj, ya le daba igual, había cosas más importantes que hacer.


Y es que sin ellos, duele más.

M.