domingo, 29 de diciembre de 2013

No estoy tan mal.

¿Por qué estaba tan sola? joder. Nadie podía entender ese extraño vacío que sentía cada noche al acostarse. No quería hombres de una noche, estaba cansada de tantos cuerpos extraños a los que no volvía a ver nunca más, sonaba tan bien pero acababa siendo tan vacío… pensaba lo bonito que debía ser que un chico conociera todas tus bragas de memoria. Podía sonar soez, pero ella lo creía realmente romántico, incluso hasta poético.

Yo, desde mi humilde opinión de narradora testigo, creo que era demasiado pesimista. Su vida estaba llena de color, estudiaba una carrera que le encantaba, tenía gente extraordinaria dispuesta a darle una mano, un brazo o lo que fuera necesario para verla sonreír, un trabajo que le gustaba y en el que había conocido gente increíble también. Luchaba por sus sueños pequeñitos y le gustaba ir consiguiéndolos poco a poco, mientras se acercaba más y más a esos sueños tan ambiciosos que todos nos ponemos para levantarnos con ganas todos los días.

Qué se yo, creo que sufría demasiado por alguien, aunque no lo fuese a reconocer jamás, por vergüenza seguramente. Yo, si pudiera darle un consejo sería que si ha de encontrar a alguien que sea con quien compartir su felicidad y su tristeza, no con quien crearlas.
Pasó bastante tiempo y pasé por su portal, encontré una hoja que parecía haberse caído de un balcón, decía:

            “Que si dices que sí, te aseguro que mi sonrisa no cabrá en la habitación, pero si dices que no, la vida seguirá, y no lloraré por ti (Al menos nunca te lo reconoceré…) Y tranquilo, no estoy tan mal* ".

Era su letra. Sonreí aliviada, parecía haber aprendido la lección.


*Parafraseando el título de un blog que ya no está pero que dio mucho a los que lo leímos.


domingo, 22 de diciembre de 2013

29. Resaca

Eran las 4 de la mañana, y lo mejor que se le ocurrió para hacer fue ponerse a hojear viejos libros de su estantería. Necesitaba llenarse de algo bonito, necesitaba inspirarse… en realidad, tampoco sabía qué necesitaba.

Abrió unos cuantos libros de arte que tenía, trozos del manifiesto del surrealismo la hicieron sonreír, pensar que quizás sí que había esperanza. Leyó textos que decían que la poesía está muerta y nos quita la valentía de vivir (o quizás sea esa cobardía la que hace que exista poesía, pensó ella). Leyó los versos del Capitán de Neruda, leyó a Benedetti en busca de un hombro sobre el que sentirse comprendida (Eso Mario siempre lo hacía bien). Leyó poesía de Baudelaire en francés, leyó algún librillo en inglés que aún guardaba. Leyó tanto que no pudo más que romper a llorar sin razón, o con todas las razones del mundo.

La invadió una extraña sensación que mezclaba alivio y melancolía, una sensación preocupantemente conocida. Observó por la ventana, con la mirada suspendida en algún punto aleatorio de su viejo barrio, no llovía, y las hojas de otoño caídas en el suelo no eran suficientes para hacer de ese un paisaje digno de inspirar a un poeta. Tampoco había poetas en las cercanías del lugar, así que de poco habría servido.

Hacía frío en la habitación y ella estaba en pijama de manga corta en pleno mes de  diciembre (Nunca había soportado las mangas largas). Tocó el radiador con sus heladas manos y estaba ardiendo, no entendía por qué tiritaba de frío. Fue a subir la calefacción y a por una manta para al menos, poder llorar sin pasar frío.

Siempre la habían reconfortado esas noches en vela con tristeza sin motivos aparentes. Pasaba meses atándose nudos en la garganta, escuchando como el silencio se reía de ella ante su actitud apática y pasiva frente al mundo, hasta que un día, tumbada en la cama, el cuerpo le empezaba a temblar, le solía doler la cabeza más de lo habitual, las sábanas le eran incómodas, el libro que había en la mesita de noche no era lo que estaba buscando, y entonces ponía el cuarto patas arriba hasta encontrar ese detonante que la hiciera explotar. Siempre habían sido libros, o música,  cartas, alguna caja llena de recuerdos, o quizás alguna película que le permitiera poder meterse en vidas ajenas, ya que no tenía el valor para hacer de la suya una aventura digna de ser contada.

Siempre era ella sola, siempre era en su habitación, siempre a las tantas de la madrugada, y siempre se le pasaba a la mañana siguiente. Hasta que un día no fue ella sola sino que fue él, no fue en su habitación sino que fue en todas partes, a todas horas, y no encontraba el antídoto para curarse esa maldita ansiedad que él le había provocado.

Siempre fue una palabra que, a partir de entonces, siempre le incomodó.



29. Resaca

Todavía no sé
hablar conmigo mismo
andar por mis arrugas
encontrar mi resaca

Sin embargo me siento
de un semestre a esta parte
tenuemente mejor
por fin sin anestesia
sin ganas de llorar
enfrentando descubriendo
de vergüenza en vergüenza

Un 14 me trajo
hecho ya niño imberbe
y todo fue pasando
como sangre en mis venas
instante tras instante/ año tras año
melancolía tras melancolía

cada uno con su resaca propia
y yo sabiendo, ignorando, esperando
que el mundo algún día me encuentre
como se encuentra un árbol o un camino

En mí va anocheciendo lentamente
ya tan sólo distingo
pedacitos de luna
qué más remedio
tendré que aprender
a recordarme a tientas
a lo mejor entonces
encuentro mi resaca
y por fin la descifro.

Mario Benedetti (Biografía para encontrarme).