miércoles, 19 de febrero de 2014

Sin estrenar.


"Las cartas de amor son ridículas...

Así que esta va a ser mi carta de despedida. Sin amor. Para nada.

Además va a ser una carta de despedida para algo que nunca pasó, que nunca existió y, quiero pensar ahora, que nunca nadie imaginó. Y lo quiero pensar porque necesito curarme de una vez, y las lágrimas no parecen hacer el efecto curativo que me habían prometido. Y el tiempo tampoco.

Nadie tiene ni idea de las relaciones humanas. No he conocido a una sola persona que supiera cómo funcionan. Como tampoco encontré a ninguna persona que me aconsejara bien sobre esto. Sobre ti.
Todo el mundo cayó en mi falsa trampa (Fue sin querer, os lo prometo) de ilusión y sonrisas estúpidas de quinceañera. Pero nadie vio la realidad, o nadie quiso verla. O quizás nadie quiso decírmela. En realidad... gracias por no decírmelo, al fin y al cabo, tuve un tiempo en el que creí ser feliz. Y eso es más o menos lo mismo que serlo de verdad.

Siempre se me dio mejor escribir que hablar. Mi capacidad para expresar emociones oralmente es inversamente proporcional a mi asquerosa habilidad de escribir sobre un papel o teclearlas en un ordenador mientras unas lágrimas agrias me nublan la vista. Lo bueno de escribir en vez de hablar es que puedes llorar al mismo tiempo y no se te atragantan las palabras. Lo malo es que nunca lo lee quien quieres que lo haga. De todos modos, lo mío no es una elección, es más bien una necesidad.

Las cosas (y las personas) bonitas nos engañan. Porque no pensamos bien (Vale, en realidad yo nunca he pensado bien). Vemos las puertas y ventanas abiertas aireando la habitación que ya te empezaba oler a cerrado, ves el sol. Joder, que bonito es el sol. Y qué bonita la lluvia en un día soleado. Y el arcoiris.

Pero todo tiene una hora de despedida, incluso las cosas que no llegan a empezar. Lo que no es, lo que nunca fue ni será, también necesita a veces una carta de clausura, una que avise que vale, que jamás va a pasar nada de todo lo que podría haber pasado, pero que no es para tanto. Que la vida sigue. Que aún quieres que siga riendo como hasta ahora, porque sigue siendo algo digno de contemplar. Aunque por las noches maldigas por no poder dormir por su culpa, por las mañanas (Las mañanas buenas, en las que te pones el sombrero más bonito y la sonrisa más brillante) aún queda algo de lo bueno. Supongo que nunca supe ser mala ni odiar a la gente. Sólo soy capaz de odiar por las noches, por la mañana se me pasa.

No sé, adiós.
Gracias por haberme hecho creer que era feliz.
Gracias.

Y en fin, no sé cómo tiene que ser una carta de despedida, así que os ruego me perdonéis la falta de una estructura lógica. Juro que me enseñaron a escribir cartas... creo.



...Pero al final los que son ridículos son los que nunca han escrito cartas de amor." 

Te juro que no estoy tan mal, aunque quizás...

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