jueves, 17 de septiembre de 2015

Declaración de finales.

La pregunta es ¿Cómo vamos a poder crear relaciones sanas tal y como estamos haciendo las cosas?

Soy una chica de los 90. No he vivido la movida madrileña, ni la dictadura militar argentina, ni siquiera vi por la tele cuando el muro de Berlín cayó, ni cuando el hombre pisó la luna (o no). No estuve en ese tiempo en el que la música sólo podía oírse con tocadiscos. 

Nací en el 94, el año de Pulp Fiction, del Tarantino exitoso, de la sangre y la violencia, también el año de ¿A quién ama Gilbert Grape?, de Forrest Gump, del Rey León. Woody Allen siguió como de costumbre con sus obras maestras y este fue el año de Balas sobre Broadway.  El año en el que empezó a emitirse Friends y en el que Kurt se marchó para siempre dejándonos su eterno legado, ese que empujamos de una patada a un rincón y ahora ya no sabemos ni dónde está. 

También en el 94 murieron casi un millón de ruandeses y aún hoy pagamos nuestras barbaries. Al mismo tiempo Mandela nos daba la esperanza de que imaginar un mundo mejor no siempre se quedaría en una utopía.

Veinte años y tantas millones y millones de cosas pasan en el mundo todo el tiempo y que nos olvidamos de contar. Pasan a tal velocidad que ni nos damos cuenta, apenas las vemos de reojo. Están pasando ante nuestras narices miles de seres humanos pidiendo socorro porque no se sienten a salvo en su propia tierra, nos piden algo a lo que poder llamar hogar y nosotros ni nos daremos cuenta hasta que nuestros nietos tengan que estudiárselo en la escuela.

No sé nada del amor en los felices años veinte, ni de esos desamores dolorosos de las dos grandes guerras (Sí sé mucho sobre las secuelas que dejamos en el mundo por creernos dioses). No sé mucho sobre nada y mucho menos del amor, pero no dejo de preguntarme cómo es posible que pidamos algo que nunca nos preocupamos de cuidar. Creo que vivir es aprender a preguntarse más que responder. 

Me pregunto qué le hicimos al amor, en qué extraña caja lo metimos y cuánto lo maquillamos que ya no sabemos ni el color de su piel cuando está recién despertado. Cuánto hemos torturado a ese pequeño para que ahora esté tan desesperado que busque consuelo en un bar de mala muerte a las cinco de la mañana y hasta las cejas de ron (Los últimos románticos se acaban acostando con cualquiera). 

¿A quién pedimos amor? ¿A una persona que no sabe ni mirarse al espejo sin escupirse a la cara? ¿A alguien que dice creerse mejor que los demás pero por la noche una lluvia torrencial sale de sus ojos porque los complejos lo ahogan? ¿Al que cree que si nadie se entera no es un engaño? ¿Al que justifica medios atroces para yanosabequé fin? 

Nos pedimos, a fin y al cabo, un poco de amor a nosotros mismos, pero no sabemos de dónde sacarlo, y es normal, el mundo nos ha engañado prometiéndonos grandes historias de amor y sirviéndonos luego las sobras de unos sentimientos a medio gas y casi crudos. 

No creemos en nada. No confiamos en nada. No acabamos nada. No empezamos nada. 
No encontramos finales felices y decidimos que a lo mejor tenemos que cortar con todos nuestros principios, pero es que los finales felices no existen. Como decía Luis todo lo que acaba es triste. 

Ahora creo que ya lo sé, no me queda otra salida. Voy a salir a buscar algo que no acabe, voy a buscar ser inmortal, y entonces, quizás, me olvide de todas esas cosas sobre el amor que nos fueron enseñando, y sin tantas cargas, encuentre un momento de paz. Ojalá que mi paz pueda ser contigo.

  Leía a Saramago, y se quedaba muda por un rato de ver ciegos por contrato.

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