viernes, 23 de noviembre de 2012

Los escenarios eran de cartón.

¿Y ahora qué, qué viene? ¿Qué se supone que pasa después de que el mundo te haya dado la espalda, después de que la hipocresía emocional se haya apoderado hasta del más mínimo sentimiento? Cuando te das cuenta de que no vale de nada engañarse, inventarse estados de ánimo, escribir para sentirte de una forma u otra, es jodidamente inútil. En ese instante, cuando se han acabado las lágrimas, el odio, la tristeza, y hasta el cansancio está ya agotado de permanecer ahí de forma sostenida. Ya no sé si son muchas emociones, si son pocas, o si simplemente ya no son. Ataraxia total.

 En ese punto en el que mires a donde mires no ves nada con suficiente claridad, la confusión te termina ahogando. Cuando de las personas que se supone que tienes recibir el cariño y la contención cuando estás mal, sólo recibes palabras vacías, discursos aprendidos y declaraciones de principios, pero ni rastro del cariño...Cada palabra duele en lo más profundo de ti como si fueran puñales que alguien te clava sin saber por qué, todo lo que había construido en mi pensamiento era de cartón, y ya se ha mojado con la lluvia, todo está estropeado. Quizás esperaban demasiado de mí, quizás no se dieron cuenta de que no siempre voy a hacerlo bien. Y tampoco quiero hacerlo siempre bien, joder. Quiero equivocarme, quiero cagarla, quiero emborracharme de más, salir de más, pecar de inmadurez y por una jodida vez provocar un mínimo sentimiento sobre alguien, sea el que sea.

No voy a ser perfecta, nunca, y menos ahora. Y ya no voy a preocuparme por ese listón que se supone que tengo que alcanzar, por ser la perfecta amiga, la perfecta hija y la perfecta hermana. Me da exactamente igual, sólo voy a mirar por mí, por primera vez en mi 18 años de vida.

Y no quiero llegar a mi casa y querer escaparme sea a donde sea, no quiero llegar y tener la sensación de que no encajo, de que hay algo que falla, y no sé el qué. Miradas cruzadas llenas de tristeza, llenas de... ¿compasión? Odio esa palabra, odio ese sentimiento y me niego a tener que sentirlo más. Abrazos a escondidas llenos de lágrimas antes de dormir, la mirada perdida en los viajes en coche, encontrar el mejor refugio bajo unos cascos y un vagón de metro.
Me niego a aceptar que el mejor momento del día sea una hora de viaje en metro, sin cobertura y rodeada de desconocidos. No puede ser, hay algo que no se deja ver, y que es mucho mejor que todo esto.

Hace cosa de un año, la que ha sido para mí la profesora que más me ha enseñado, dijo a un grupo de 20 adolescentes, que lo mejor que nos podía pasar en la vida era estar perdidos... Tener esa sensación de haber perdido el rumbo, de no saber para donde tirar, porque de esa confusión, salían las grandes reflexiones y decisiones que íbamos a tomar en la vida. Y probablemente, ésta sea la mejor lección que he aprendido en toda mi vida.


Estoy perdiendo altura, a punto de quedarme a oscuras, como una tarde de invierno.

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