lunes, 9 de enero de 2012

Frascos de felicidad.

Hoy viajé a un mundo perfecto sin salir del aeropuerto. Bueno no sé si perfecto, simplemente distinto a este... cuando tienes ganas de escapar coges el primer vuelo que sale y te montas a donde sea.

Y allí la felicidad se vendía en pequeñas dosis, en frascos pequeños de cristal, y así todos podíamos estar contentos cuando queríamos. Los frascos de felicidad se podían pagar con buenos actos, logros personales, acciones desinteresadas... con toda nuestra luz interior, vaya.
Y así, cuando nos lo merecíamos y hacíamos cosas buenas, podíamos comprar algunos mililitros de felicidad concentrada, bebérnosla y estar un poco mejor.

Ojalá todo fuera tan fácil en este mundo, ojalá pudiéramos elegir cuando añadir un poco más de felicidad, más ilusión o más alegría a nuestra vida. Ojalá nos emocionáramos sólo con lo quisiéramos, supiéramos dejar de sufrir a tiempo, tener la ilusión justa para las ocasiones justas, y nos diéramos cuenta cuando dejar de esperar a la felicidad, para ir corriendo a por ella.
Pero c'est la vie, y ésta no es tan fácil como las que nos podemos imaginar en cuentos, canciones o leyendas... es dura y con muchos reveses por darnos, pero también tiene sus partes mágicas y preciosas, no poder controlar las emociones y que, en ocasiones, ellas te controlen a tí, también tiene su encanto.
Tiene esos tópicos como que lo que no nos mata nos hace más fuertes, que después de la tormenta siempre llega la calma, o que todos tenemos lo que merecemos... esas verdades (con sus excepciones incluidas) que hacen este mundo único y complicado, pero a la vez atractivo... tanto, que tenemos que intentar comérnoslo a toda costa, y en eso consiste la vida.

Luego volví al mundo real, y ya no sé si todo lo que he pensado es lo que pienso realmente, o ya me arrepentí, o ya se me olvidó... La vida te lleva por caminos raros.


No hay comentarios:

Publicar un comentario